martes, 15 de mayo de 2012

Más que simples tuits

Hace tres años abrí mi cuenta en Twitter por pura curiosidad. Había escuchado sobre su existencia en los medios de comunicación en donde lo mostraban como una alternativa distinta a las redes sociales que reinaban en el momento, como Facebook, MySpace y el lamentable Hi5. De principio me costó aprenderlo a utilizar. No creía que fuera tan sencillo como simplemente hacer un post de 140 caracteres. Desconfiaba de su sencillez. Seguía solo a @Laura_Malicia los primeros días. Ella fue quien me convenció de entar allí para que ambos probáramos al mismo tiempo y ver de qué se trataba. Yo no sabía qué publicar, así que dejé uno que otro mensaje allí sin esperar mucho. Pero con el tiempo comencé a interactuar con más gente y noté que esta red social tenía algo único. Sus restricciones de espacio obligaban a la concreción de las ideas. Había que reacomodar las palabras para que cupieran en ese pequeño espacio. La expresión del pensamiento se debía hacer más aguda, era como sacarle punta con un tajalápiz a las ideas. Twitter me gustó. Desde entonces me he dedicado a observar qué implica Twitter para un usuario de internet que accede a esta página. He visto cómo se han distribuido virus, cómo el spam se reinventa día a día, cómo crean cuentas falsas para aumentar el número de seguidores de @NoticiasRCN. Vi cómo la señora @ensayista encontró allí una forma de subir su ego, sus shows, sus follows regalados y luego los cientos de unfollows que hacía en un solo día. Vi cómo las empresas creyeron que por medio de Twitter comenzarían a aumentar sus ingresos como por arte de magia. Vi personas que se rindieron al décimo tuit. Vi TTs racistas, vi cientos de famosos muertos y resucitados. Vi la twitcam del Chavo. Vi cientos de errores de ortografía. Discutí varias veces con las personas que no sabían usar la palabra “bizarro”. Vi cómo @JedCasbio logró hacer sentir su voz y su opinión y dejó de ser un simple estudiante anónimo de biología de la Nacho. Veo la labor de la señora @ismene2 que se autodenomina "mamerta" y se dedica a no olvidar los muertos que deja la guerra podrida de Colombia. He peleado con amigos que ya no son mis amigos. Con un follow llegué a la persona que amo en este momento y está conmigo a pesar de la distancia. He visto madurar las ideas y la expresión de mi hermano. Me he decepcionado de algunas personas y me he asombrado de otras. Vi cómo mi amigo después de tanto insistirle abrió una cuenta. Vi ideas, muchas ideas, muchas ingeniosas. Es una red que me ha sorprendido bastante, tanto como para hacer mi trabajo de investigación sobre Twitter para el máster. Ha habido días en que debo sentarme a leer miles y miles de tuits. Todos tan diferentes, muchos tan únicos, muchos tan plagios, muchos tan ácidos.

Pero hoy en medio de mi investigación llegué al TL de @Cloquis e inmediatamente me di cuenta de que no podría hacerle una lectura académica; hoy podría analizar cualquier cosa, menos ese TL. Leí sus tuits de los últimos dos meses y vi una historia que me conmovió bastante. Vi el día a día en una lucha perdida contra la muerte. Vi un sutil registro de la fe, de la esperanza y de la aceptación resignada de una realidad ineludible. Hoy me acerqué a la historia más íntima de una persona que no conozco, no sé cómo es, no sé qué haga en la vida, solo sé que su madre estuvo muy enferma y que, al parecer, por negligencia médica tuvo complicaciones que la llevaron hasta la muerte el 9 de mayo pasado. Vi cómo la vida, en una muestra de su irónico proceder, hizo que el día de la madre llegara apenas tres días después. La gente intenta consolar a esa mujer. Le da mensajes de ánimo, pero todos sabemos ninguna palabra alivia siquiera el dolor frente a esa pérdida. Para ella muchas cosas han perdido sentido y su mundo ha entrado en un estado de letargia. La melancolía, la nostalgia, el ayer, la melancolía, la nostalgia, el ayer. (Si ella algún día llega a leer este post, solo quiero decirle que lamento mucho su dolor, y que en parte, tan solo en una parte mínima, en una parte de 140 caracteres, he llegado a compartir su tristeza).

La conclusión más importante que logro encontrar es muy poco científica pero no menos relevante. Puede que los medios que usemos para comunicarnos sean virtuales, que seamos víctimas y victimarios de la posmodernidad más cruda, pero no por eso las emociones y los sentimientos que compartimos por medio de las redes son virtuales, irreales y falsos. Hay gente que subestima lo que ha logrado Twitter en cuanto a la forma de percibir a las demás personas. Piensan que nos hemos desensibilizado, que somos robots (bueno, no falta el pendejo estrenando BB que ni levanta la cabeza), pero no notan que estamos frente a una forma distinta de percibir la subjetividad, una forma que incluso nos acerca a gente que de otro modo no sabríamos que existe, a historias que de otro modo no calarían fuerte como ha logrado calar en mí ver la muerte rondar y lograr llevarse a alguien.

viernes, 4 de mayo de 2012

La camiseta Lacoste


Ayer cuando iba camino a casa, pasé por el frente de un escaparate donde se exhibían camisetas tipo polo de Lacoste. Se veían refinadas, sofisticadas. Los colores y el diseño me llamaron la atención. Con curiosidad me incliné un poco para ver el precio de una que me gustó en particular. 50€. Seguí mi camino pensando si valía la pena comprarla  porque bonita sí era. Tenía un diseño que se ajustaba para resaltar los pectorales y más abajo se ceñía al abdomen. Era una camiseta larga de tela gruesa y aunque era informal de alguna forma brindaba un aire de elegancia. Pensé que si evitaba comer en restaurantes y si ahorraba en las cosas de aseo consiguiéndolas un tanto más baratas, la podría comprar. Sonreí mientras cruzaba una calle. Me imaginé poniéndomela y viéndome al espejo, y fue entonces cuando se me quitó la cara de ponqué. Me visualicé metiendo barriga para que no se notara que no he estado muy pendiente de una alimentación sana y un ritmo de vida saludable. También noté que, aunque era de mi talla por el tamaño de mi espalda, me llegaba más abajo del culo. Me quedaba muy larga. Tampoco los colores se veían igual bajo la luz amarillenta del bombillo de mi habitación. Ya no estaban tan vivos; lo que se veía verde en la vitrina ahora tenía un tono opaco, más bien tristón. Caí en cuenta de que simplemente esa ropa no estaba hecha para mí. Está diseñada para hombres europeos, y ni siquiera para todos ellos, apenas para los que son altos, de hombros anchos y cintura trabajada, aquellos hombres de gimnasio y sonrisa encantadora, preferiblemente un tono piel blanco medio bronceado y, si se puede, preferiblemente de ojos verdes. En ellos esa camiseta se debía ver espectacular, asombrosa, magnífica; en cambio yo me vería disfrazado, me sentiría incómodo. Supe que esa situación tenía un valor de categoría. Era un síntoma más de un estilo de vida que tenemos naturalizado y en el que pocas veces reparamos a pensar. Por todas partes hay publicidad de modelitos perfectos, en cada valla, en cada comercial televisivo. Toda la ropa se ve bien en ellos, el shampoo resalta sus cabellos brillantes, los perfumes huelen diez veces mejor si ellos lo usan, y hasta las máquinas de afeitar estar diseñadas para sus caras siempre angulosas y nunca rollizas. En pocas palabras, nada de lo que venden está diseñado para mí, ni siquiera el agua embotellada, porque es para aquellos sedientos que están fatigados después de recorrer la playa de Malibú tres veces. La cerveza está hecha únicamente para los heterosexuales que desean beberla en compañía de chicas águila con tetas de silicona. Los chicles son para jóvenes de sonrisas blancas blancas y dientes perfectamente esculpidos, no para hombres de colmillos montados como yo.

Sí, es cierto, lo que digo no es nuevo. En el aire está desde hace mucho tiempo el desencanto frente a la sociedad de consumo. Sé que corro el riesgo de parecer un panfletario antisistema más, y sin embargo, aunque desde hace varias décadas se ha criticado el consumismo, lo cierto es que la sociedad no termina de rumiar, de digerir estas ideas. Hoy en día sigo conociendo personas que aun siendo muy cultas y admirablemente reflexivas siguen con un discurso de auto-reproche por no tener las medidas perfectas. Sigo viendo hombres que usan cosas que no les quedan bien solo porque son de marca. Sigo viendo jóvenes hambrientos por adoptar las nuevas modas que llegan desde el “primer mundo”.

En Colombia siempre miramos hacia afuera. Lo cual no está mal, de hecho es necesario. El inconveniente surge cuando se naturaliza la idea de que lo de afuera siempre será mejor, cuando se acoge todo lo de afuera sin ni siquiera adaptarlo a nuestras necesidades. Por eso es que se ve tanto ñero emo, tanto metacho traduciendo letras de canciones en google translator, tanto hincha del Barça creyéndose Messi cuando hace un gol en la cancha de micro del barrio Santafé. Usamos modas y productos más por inercia, porque sí. El problema es que al poco tiempo nos damos cuenta de que algo no funciona. La chica que se volvió gótica en Kennedy dos semanas después estaba bailando reguetón en la fiesta de su prima, el pelado en Suba se compró unos Converse que siempre que los usaba se le ampollaba el meñique, el colombiano morenito se cortó el cabello como un cantante inglés, pero siguió siendo morenito, a su pesar. Y cuando todo esto pasa, no se culpa a la moda o al producto, nos culpamos a nosotros mismos. Estamos viendo las cosas al revés. Pensamos que el cauce de los ríos fue trazado para pasar por debajo de los puentes, y no que los puentes fueron creados para pasar por encima del río. Preferimos sentirnos miserables porque la camisa Lacoste no nos queda buena, porque se me va a ver un gordito, porque no voy a lucir como el modelo de la valla en la parada del bus. Pero ¿quién se atreve a culpar a la marca, a la moda? Pocos en verdad, el resto prefiere seguir jugando el rol de ser un chango vestido de paño, la muñeca negra y gordita que venden en la 13 vestida de Barbie, el mestizo que juega a ser neonazi. Preferimos ser "otro" a las malas que asumir buscar una identidad que responda a nuestras verdaderas necesidades.

Hoy volví a pasar al frente del mismo escaparte. Preferí valorarme esta vez.