De nuevo aquí, tú y yo, hoja en blanco.
Hace unos años eras mi amiga, mi
confidente.
Eras la esperanza de que sobre ti podría
hacer algo importante.
Eras ese lugar secreto donde jugaba a
maquillar mis desamores,
mis odios y mis deseos
con personajillos débiles,
carentes de la carne que la
literatura requiere.
Eras esa rutina de cada jueves en la
mañana
a la que le dedicaba mi día entero
creando ficciones ingenuas
e historias que ni siquiera yo me creía,
pero que tenían algo de cierto.
Eras ese lugar en donde no me daba miedo
hablar de sexo y placer,
de lágrimas y de sangre.
Eras siempre una posibilidad,
siempre una oportunidad nueva de avanzar
paso a paso, cuento a cuento, crítica a
crítica
por ese camino de las letras cultas.
Eras un refugio seguro.
Eras el medio para transformar mi historia
personal
y convertir todas esas pulsiones bastas y
groseras
en algo medianamente estético.
Eras ese vacío que no resultaba tan
difícil de llenar
porque yo tenía mucho que decir.
Quería decirle al mundo que el amor es
como París,
que nunca es como uno se lo imagina,
pero que igualmente resulta maravilloso.
Quería decirle al mundo que los besos
voladores
a veces se extravían
y terminan en mejillas ajenas.
Quería decirle al mundo que a veces
cuando uno ama a alguien
uno deja de amarse a sí mismo.
Quería gritar por todas partes
que amar a un hombre es algo bello,
pero que también es bello oírlo de
nuevo
cuando ya todo ha acabado.
Me interesaba mostrarle al mundo
que el mundo que me importaba,
que me dolían los pelados de Soacha que
mataron,
que me afectaban los accidentes de
buses
que se caen por abismos
por el mal estado de las carreteras.
Quería criticar a tanto payaso
que va por el mundo queriéndosela
ganar fácil.
Quería mostrarles cuán frágil uno se
vuelve
cuando está aprendiendo a querer a otro
y cómo una simple mirada de
desaprobación
puede cagarse la alegría del mundo.
Quería, quería, quería…
Y
en cierta forma lo hice,
pero
mis letras no llegaron a suficientes ojos,
mis
cuentos no llegaron a suficientes lectores,
y
algunos cayeron en las manos
de
quienes creían que me quería parecer a Coelho.
Debo
confesarte,
hoja
en blanco,
que
no persistí,
que
no intenté con mucho ímpetu publicar mis cuentos
porque
al final no creí en ellos
tanto
como tal vez debí hacerlo.
Por
eso te abandoné
y
me fui a viajar por el mundo
con
el pretexto de estudiar,
pero
solo fue un pretexto.
Quise vivir,
quise pasar por encima de esa barrera
que mis maestros señalaban
cuando leían
mis textos,
quise dejar de ser demasiado joven para
las letras.
Y me monté en muchos aviones,
y tomé muchas fotos
y me enamoré de varios muchachos
en distintas
ciudades,
y quería ser ellos.
Quería ser ese que tomaba una siesta en
una plaza de Toledo,
y quise ser ese skater que hacía
girar su patineta en Barcelona,
y quise ser ese tipo que leía en el
Retiro,
ese hombre que fumaba viendo el mar de
Oporto,
y ese joven que estaba tomando
cerveza con sus amigos
cierto atardecer brillante al lado del
Sena…
Pero
también quise ser ese colombiano
que
vivía en Pueblo Nuevo,
que
salía caminar por la Calle Princesa
en
primavera
cuando
se sentía solo,
que
de repente se comía un kebab
por
la Gran vía,
o
se iba a ver una película
que
lo decepcionaba
por
estar doblada en el español de España.
Y lo mejor es que lo fui,
por pocos meses,
pero lo fui hasta que tuve que
volver
a este país que extrañaba tanto,
pero que ahora me llena de
tristeza
o más bien de desesperanza.
Y
entonces comencé a trabajar
gracias a mi título obtenido en el extranjero,
porque
mientras estuve sin él
duré
nueve meses en el mercado laboral
sin valer nada.
Y
conocí gente,
cientos
de estudiantes por semestre,
cientos
de ensayos mal escritos,
miles
de tildes corregidas,
millones
de letras leídas inútilmente.
Y
me cansé.
Y supe que no me puedo gastar mi vida
y mis ojos leyendo textos para
calificarlos,
que no puedo dedicarme
a llenar de dinero
mi cuenta bancaria
solo para demostrar que lo puedo hacer.
Y descubrí que mi vida
se estaba
convirtiendo
en un vacío constante,
en una rutina barata,
en un ejemplo social
que se desmoronaba por dentro.
Por eso después de tres años vuelvo a ti,
hoja en blanco,
para tratar de volver a sentir
que hago
algo más que vivir,
algo más que ser uno más
que va por ahí acumulando
como hormiga en otoño,
para tratar de darle algún sentido a esto,
y si no lo logro,
aunque sea me vas a acompañar
a registrar mis fracasos.
Augusto Jamal
12/01/14
Hermoso es volar en el vacío que puede ser llenado. por la vida que escribimos. Gracias.
ResponderEliminarHermoso! Lo mejor es que eres cada uno de ellos en ti. Espero no llegar tarde a este texto, espero que sigas enfrentándote a la hoja en blanco. Que debes saber, hay al menos una persona (yo) que espera ansiosa verte publicado, porque creo en ti y en la caricia de tus palabras, en la crudeza de tus metáforas, en las angustias de tus relatos. De todo el hartazgo también puedes crear, no nos dejes sin ti, si tus letras. Cada día recuerdo a ese joven escritor con quien viajé y me hacía ver los viajes, los paisajes, las personas de manera diferente. Lo quiero sumercé, espero seguir leyéndolo.
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